Il était une fois... une fée...

Descansando al fin...
Ya había llegado la mañana y el azul del cielo había capturado mi mirada.
Te abracé...
Luego atrapaste mis manos con las tuyas y con tus labios mi piel y comenzó todo.
Movimiento, armonía, estética pura, sonrisas, admiración, desesperación...
Luz, brillos mágicos en la piel, tu cara y la mía.
Instantes eternos, estáticos.

Y luchábamos por ocupar el mismo espacio...

Tan cerca, tan juntos; casi rompías todas las leyes físicas, tanta energía liberada tenía que provenir de algo extraordinario, lo sabía...
Sospecho que no sólo tu y yo habíamos estallado... podía asegurar que lo hicieron aquellas piezas infinitamente pequeñas que aparentan ser el límite de tu cuerpo y el mío, podía asegurar que se fundían.
Recorría la electricidad esos dos cuerpos mientras se amaban, era increíble la belleza, la fuerza...
Después, entregarse a un largo y profundo descanso... sueños, abrazos que duraban horas, inmovilidad...
Abriste tus ojos frente a los míos que se abrían también, celebrando con una sonrisa el misterioso despertar...
Permanecimos juntos el resto de aquella hermosa tarde, tranquilos...
De pronto tus labios rozaban los míos, era extraño, no estaban unos contra los otros, simplemente los unimos en un beso divino...
Ese beso que nos conmovió, ese beso romántico, dulce y suave, casi perfecto, un beso donde al cerrar los ojos, podía escuchar estas palabras como susurros en una voz muy tenue que salía del propio beso, no era tuya ni mía, no provenía de nuestras bocas, era como si la danza entre ellas hubiera hechizado ese beso haciéndolo cobrar vida materializándose por breves instantes, y bajo ese conjuro durante su efímera vida, como un hada pequeña, decir poesía en secreto, al oído...

Hubo encanto, hermosura, belleza...
Los ojos llenos de admiración al yo ver tu cara y tú la mía, comprobando una vez más el placer que nos causa que sean facciones tan artísticas el origen de tal atracción.